jueves, 25 de octubre de 2012

¡SUELTA!


“Las hojas no caen, se sueltan…
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae” sino que llegado el escenario del otoño inicia la danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento.
Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire, sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire me está susurrando al oído del alma ¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad. Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados, con este entorno ya conocido… Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría, generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia consciencia y libertad, el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor”


Fuente: Internet ; tomado en La vida es fácil y divertida

jueves, 18 de octubre de 2012

NACER DEL AMOR


Ayer leía a Jodorowsky desmitificando el hecho de la concepción y me encantó. Actualmente veneramos las premisas de Darwin como dogma de fe, sin pararnos a pensar que hablamos de una teoría con casi 200 años y que es hija de una época y un lugar concretos, un lugar donde la lucha era necesaria para la supervivencia, afortunadamente la Naturaleza nos muestra una y otra vez que esto no es así.

Veamos, hemos crecido creyendo que varios millones de espermatozoides compiten entre ellos y se matan hasta que solo queda uno, un super-campeón que entra en el óvulo forzándolo. Todo esto recuerda a una batalla en la que, finalmente, la pobre mujer pasiva y desprotegida es violada por un fiero guerrero superdotado. Si esto fuera así, imaginad lo que quedaría grabado en nuestro ADN sobre nuestra concepción. Ahora se sabe que esta historia no es así, que en realidad somos fruto de la colaboración y el Amor. Quinientos millones de espermatozoides se lanzan a buscar el óvulo, sí, pero en perfecta colaboración. Algunos ni siquiera tendrían capacidad para fecundar (defectuosos los llama la ciencia), su misión es únicamente ayudar para que otros alcancen el óvulo. Finalmente llegan unos cuantos. ¿Hay un superdotado que consigue perforar el óvulo? No, es el óvulo el que abre paso a aquel que considera idoneo para la fecundación. ¿Y el resto de los que llegaron? Permanecen durante días haciendo girar al óvulo en el que se introdujo su compañero y con este movimiento giratorio se produce la energía necesaria para los procesos de división. ¿No es esta historia mucho más hermosa? Desde luego, yo prefiero ser fruto del Amor entre células que de un espermatozoide violador.

 Jodorowsky, Alejandro y Costa, Marianne. Metagenealogía. (pags. 195/199)